Yo no era una de ellas pero tú tampoco.
Nos queríamos, claro que nos queríamos. Nos amábamos y nos adorábamos. A todas horas pensaba en ti, siempre quería encontrarme a tu lado y, el sonido de tu voz era la mejor medicina para mi dolor.
Sin embargo, dichoso día aquel en el que las palabras echaron una maldición sobre nosotros. No fuimos capaz de callarlas y, cuando conseguimos apresarlas, ya era demasiado tarde. Nuestro amor por impensable que nos hubiese podido parecer en el pasado, se había apagado como el de otros muchos.